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5. El Real Decreto de 1908. La regulación del Servicio Radiotelegráfico
El Real Decreto de 24 de enero de 1908 nombra al Estado como dueño del monopolio regulador del Servicio Radiotelegráfico nacional. No obstante, tal monopolio no se ajusta a la realidad, ya que son otros, léanse empresas extranjeras como la Compañía Marconi o la multinacional norteamericana ITT, las encargadas de gestionar y dirigir los servicios radiotelegráficos y telefónicos a través de concesiones en exclusiva.
Con la regulación por decreto del Servicio de Radiotelegrafía desembarca una de las primeras empresas extranjeras de telecomunicaciones que invierte en suelo español: el grupo británico Marconi. Como indica Balsebre (2001), dicha incursión representa un precedente en las relaciones que se sucederán entre las empresas de telecomunicaciones y el Estado un tanto sumiso para con las inversiones de capital privado.
La entrada del grupo Marconi coincide con la mejor etapa empresarial de la misma. No obstante, esta situación pronto conoce un revés por las políticas proteccionistas que comienzan a aplicarse en Estados Unidos a partir de 1910 y que toman como base <<la doctrina Monroe>> (1823) por la que se cierran a cal y canto las inversiones extranjeras, básicamente europeas, en suelo norteamericano en un intento de descolonizar la vida económica yankee. En esta nueva tesitura de cerrazón, el grupo Marconi vende su división norteamericana a General Electric quien coaligado con otras fuerzas empresariales crea el primer gigante de la comunicación audiovisual mundial: la Radio Corporation of America –RCA–.
La filosofía proteccionista también se extiende a España a partir de 1907 como bien se ha apreciado en el apartado “Panorama económico en la España de 1900 a 1923. La crisis económica y la neutralidad en la I Guerra Mundial”. A pesar de los elevados aranceles que se imponen a las inversiones extranjeras la realidad nacional, una vez más, muestra un perverso doble juego, ya que en ningún caso se impide que tras una empresa española se encuentre capital foráneo.
El 24 de diciembre de 1920, y para escapar a las prohibiciones explicitas del Real Decreto de 1908, la Marconi Wireless Telegraph funda la filial CNTSH –Compañía Nacional de Telegrafía Sin Hilos– que se había adjudicado en 1911 la concesión en exclusiva del servicio público español de radiotelegrafía conformando un monopolio de facto.
Como indica Balsebre (2001), el capital extranjero tuvo en las entidades bancarias españolas un aliado natural en la inversión en el negocio de la radiodifusión por lo que banca y telecomunicaciones son dos sectores hermanos desde el comienzo de los tiempos radiofónicos.
“Bien actuando como intermediarios de empresas extranjeras o bien como garantes de ampliaciones de capital en los primeros tiempos, los bancos acabarían introduciendo s sus hombres en los Consejos de Administración de las compañías radiodifusoras. Entre 1917 y 1920 aparecen en España 28 nuevos bancos; a pesar de la crisis general de la industria en 1921 y 1922, los bancos siguieron haciendo beneficios, que mantendrían con la llegada de la Dictadura en septiembre de 1923 y el nacimiento de la radio” (Balsebre, 2001: 22).
6. Los precursores españoles de la radio y la Compañía Ibérica de Telecomunicación
Como ya se ha indicado, España se mantuvo atenta al desarrollo de la radio durante la época analizada y es conveniente hablar de nombres propios para entender el desarrollo de los primeros trabajos que se produjeron de 1900 a 1923. Es de obligado cumplimiento, por tanto, detenerse en prohombres como Matías Balsera, Antonio Castilla y José María Guillén-García.1
Foto: Mickelodeon.
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• Matías Balsera: hijo de telegrafista, en 1903 ingresa en el Cuerpo de Telégrafos donde comienza a realizar las primeras pruebas de telegrafía sin hilos entre el Puerto de Santa María y Cádiz. Cinco años más tarde trata de convencer a la Marina española de las ventajas que supone controlar los buques a distancia por medio de la radio.
A comienzos de la década de los diez idea un telégrafo portátil para usos militares con el que establece comunicación por radio con un tren en marcha hasta alcanzar una distancia de 32 kilómetros (Fernández Sande, 2005). Uno de los hechos más sonados de Balsera, además de su afán por investigar y mejorar en las comunicaciones, es el ramillete de ensayos que efectúa en 1922 desde la estación radiotelefónica del Palacio de Comunicaciones de Madrid con la sucesión de emisiones de música de gramófono además de varias retransmisiones (Fernández Sandez, 2005).
• Antonio Castilla: es, sin duda, otro de los impulsores y nombres propios de las radiocomunicaciones en España. Como apunta Fernández Sande (2005), entabla amistad con Balsera con quien comparte la pasión y el interés por los descubrimientos científicos y las comunicaciones, y con el que realiza algunos experimentos para la marina de guerra alemana. Al igual que Balsera, fue miembro del Cuerpo de Telegrafistas y tras una estancia en Sevilla y Madrid se traslada a Barcelona (1910). Entre 1913 y 1915 estudia en la Escuela Oficial de Telecomunicación y completa su formación en Francia, Inglaterra y Estados Unidos donde coincide y colabora con Lee de Forest.2
El 27 de septiembre de 1916 se crea la primera empresa española de industria radioeléctrica bajo la dirección técnica de Antonio Castilla: la Compañía Ibérica de Telecomunicación. En plena guerra, los científicos españoles buscan utilidades para rentabilizar sus descubrimientos de radiotelegrafía sin hilos y radiotelefonía. Los primeros experimentos de los científicos españoles se encaminan hacia la comunicación marítima. Dos de los primeros buques equipados con instrumental radioeléctrico son el vapor Jaime I de la compañía Transmediterranea y años más tarde (1918) el yate real Giralda desde los que se establecen comunicaciones radioeléctricas entre Barcelona y Palma de Mallorca y los puertos de Santander y Ferrol y Bilbao, respectivamente.
Un año después de la creación de la Compañía Ibérica de Telecomunicación se formaliza su inscripción en el registro Mercantil de Madrid. La iniciativa empresarial nace de la inequívoca apuesta económica de algunos industriales vascos –muchos de ellos navieros– que ven posibilidades lucrativas y potencialidades en los conocimientos técnicos de personajes como Castilla. La familia de Orbe, Juan Gobeo y Horacio Echevarrieta se erigen en socios mayoritarios de la compañía, siendo Rufino de Orbe presidente del Consejo de Administración y su hermano Luís el secretario.
“La empresa al iniciar su actividad trató de conseguir la concesión por parte del Estado del servicio público de radiotelefonía. Rufino de Orbe y sus socios presentaron una solicitud para poder implantar en exclusiva el servicio de radiotelefonía en España que fue denegada por una Real Orden del Ministerio de la Gobernación de 16 de noviembre de 1916. Ante esta negativa los empresarios decidieron recurrir ante la sala tercera del Tribunal Supremo sin lograr ningún resultado. Una vez fracasadas las expectativas de explotar la radiotelefonía en régimen de monopolio, la Compañía Ibérica tuvo que competir con el resto de empresas para lograr los concursos convocados por el Ministerio de Marina y obtener contratos con las compañías navieras” (Fernández Sande, 2005: 60).
La I Guerra Mundial, como ya se ha apreciado a lo largo de la sección de economía, se convierte en una situación beneficiosa para la maltrecha y vetusta industria española. Las exportaciones crecen dado que los países en guerra, bien por los bloqueos propios de la situación bien porque tienen que destinar sus recursos al campo de batalla, tienen que buscar fuera lo que no pueden crear en casa.
“Cuando surge la Compañía Ibérica (...) la nueva industria emprende su actividad sin la temible competencia de material radiotelegráfico y radiotelefónico importado que sufrirá algunos años después, cuando las economías de los países se recuperen de las secuelas de la Gran Guerra. La Compañía Ibérica de Telecomunicación se benefició directamente del gran enriquecimiento que la industria naval española experimenta en los años que dura la guerra. Dos eran los motivos: había surgido como industria auxiliar de la naval, pues su producción tenía como objetivo la venta de sus equipos a la Marina de guerra y mercante y, además, la mayoría de sus accionistas eran importantes navieros vizcaínos. Las acciones de las sociedades navieras alcanzan durante los años de la guerra las mejores cotizaciones de la Bolsa de Bilbao” (Fernández Sande, 2005: 60-61).
En 1917 la Compañía Ibérica se ve beneficiada por dos reales órdenes por las que el Ministerio de Marina de España equipa a sus barcos mercantes y de guerra con estaciones de telegrafía sin hilos.
Foto: midiman.
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7. La radio española de los locos años veinte
Los locos años veinte comienzan en España inmersos dentro de una espiral de confrontación laboral y política irremediable. Del millar de huelgas que se producen en 1920 las de mayor calado mediático y social se producen en Barcelona que un año antes había sufrido la paralización casi total de la industria durante la huelga de La Canadiense, la empresa que abastecía de energía a las fábricas de la ciudad condal. Bajo el gobierno de Eduardo Dato, el 13 de enero de 1920 se presenta un Real Decreto en el que ve la luz el precedente de lo que más tarde se denominará “Ley de Radio de 1923” y en el que se aprueba la instalación de infraestructuras radioeléctricas destinadas a usos científicos estableciéndose auténticas estructuras de comunicación radiofónica.
Las ciudades –Madrid, Barcelona, Sevilla o Cádiz– juegan un papel destacado en el desarrollo urbano de la radiodifusión en España. Las transformaciones demográficas y cambios urbanísticos en las principales ciudades españolas se suceden a velocidad de vértigo: aparición del automóvil, la electricidad, comienzan en la ciudad Condal las obras para la Exposición Universal de Barcelona, las obras de la Feria Iberoamericana de Sevilla, la expansión de Madrid...
“En estas dos primeras décadas del siglo XX, junto al desarrollo tecnológico y científico, las reformas urbanísticas que se operan sobre Madrid y Barcelona influyen decisivamente para que estas grandes ciudades se constituyan en un mercado atractivo para el negocio de la radiodifusión, fijándose las condiciones de la transformación paulatina de la radio en un verdadero medio de comunicación de masas, sin distinción de niveles sociales, culturales o educativos” (Balsebre, 2001: 30).
En cuanto a la radio propiamente dicha, los años veinte muestran una significativa deficiente calidad de la transmisión radiofónica como es de suponer en cualquier medio o actividad en expansión. No obstante, son las ciudades las que representan, construyen y definen los conceptos de radioyente y radiodifusión en función de las siguientes variables: mercado potencial de oyentes, mercado publicitario –anunciantes y profesionales de la comunicación publicitaria–, cultura asociacionista –clubs de radioyentes–, iniciativa empresarial –los propietarios de las emisoras–, gestión profesional –los profesionales que gestionan los contenidos de la programación– y proceso técnico de emisión y recepción –propagación de la señal sin interferencias, facilidades en la recepción– (Balsebre, 2001).
8. La Ley de la Radio de 1923. Nacimiento oficial de la radio en España
Con la “Ley de Radio de 1923” publicada en el Real Decreto de 27 de febrero comienza una nueva etapa de la radio en España, ya que es la primera que regula de manera específica las futuras emisoras de radio y diferencia los servicios de radiodifusión –traducción del inglés broadcasting– de los radiotelegráficos.
No obstante, las expectativas abiertas entre amplios sectores de la sociedad –radioaficionados e industriales– pronto se ven truncadas por el golpe de Primo de Rivera. En junio de 1924 se impone un nuevo reglamento, “con una orientación reguladora distinta, más sensible a los intereses privados de las empresas implicadas del sector” (Balsebre, 2001: 31). El cambio sustancial entre la Ley de la Radio de 1923 y el Reglamento de 1924 es la diferencia en cuanto a la figura gestora del Estado en el entramado radiofónico: mientras que la primera otorga el monopolio del control al Estado, el reglamento “reconocía la libertad de los radioaficionados y empresas para instalar emisoras de radio, renunciado el Estado a constituir, de momento, una cadena de radio que pudiera actuar en régimen de monopolio o en régimen mixto con la radiodifusión privada” (Balsebre, 2001: 31).
Estos primeros acercamientos al mundo de la radiodifusión son, en suma, el germen de la nueva era comunicacional de masas radiofónica que se produce en España a partir de la dictadura de Primo de Rivera. Sería incorrecto afirmar, por tanto, que este primer acercamiento a la radiodifusión representa el nacimiento del medio como tal, ya que no ofrece las condiciones y características necesarias que sí se producirán a partir de 1924: una audiencia cuantificable y una estructura radiofónica técnica, económica y profesional estable.
“La implantación radiofónica en España no comenzó de manera seria hasta 1924, cuando el Gobierno de Primo de Rivera –concretamente la Dirección General de Comunicaciones– tuvo a bien dictar las normas jurídicas para la instalación de emisoras. Entre los escarceos precios, el más importante fu, sin duda, la creación de la Compañía Ibérica de Telecomunicación, con una única emisora: Radio Castilla; en 1921 la compañía solicitó y obtuvo de la autoridad competente el permiso para transmitir conciertos y representaciones desde el Teatro de la Opera de Madrid.
La primera concesión de emisora regular, a nombre de José Guillén García, supuso el nacimiento de Radio Barcelona, con el nombre de inscripción de EAJ-1. Un año más tarde, en 1925, sería inaugurada en Madrid la EAJ-2, Radio España” (Burriel, 1981: 7).
9. Conclusiones
Los primeros avances científicos y tecnológicos del siglo XX que transformaron la radiotelefonía y la radiotelegrafía en la radiodifusión, coincidieron en España con un país en crisis e inmersa dentro de una espiral de cambios lentos pero firmes en todos los aspectos de la sociedad –social, económico y político–, pero también se realizó dentro de un clima de estudio y descubrimientos científicos en el que algunos ingenieros y radioaficionados en ningún momento perdieron la cara a los avances que en otros países como Francia, Gran Bretaña o Estados Unidos se estaban produciendo al respecto.
España no fue una excepción y puede afirmarse que fue a partir de la dictadura militar del general Primo de Rivera cuando despegó la historia de la radio en el país tras décadas de lógico va y viene experimental.
Las leyes reguladoras y las primeras emisiones radiofónicas con carácter regular nacieron en España en 1923, en la transición del régimen de la Restauración monárquica, bajo el reinado de Alfonso XIII, a la dictadura de Primo de Rivera. La Ley de la Radio (1923) –Real Decreto de 27 de febrero de 1923–, asentará las bases de las futuras emisoras de radio y representará el marco referencial para diferenciar los servicios de radiodifusión de los telegráficos.
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1 Para más información sobre estos nombres propios léase: Fernández Sande, Manuel (2005). Los orígenes de la Radio en España. Historia de Radio Ibérica (1916-1925). Vol. 1. Madrid: Fragua.
2 Los esfuerzos de Castilla estuvieron dedicados no sólo a la construcción e invención sino también a la divulgación: “Castilla construyó numerosas estaciones para barcos de guerra y mercantes y diseñó equipos para ser utilizados en aviones con un alcance de 150 kilómetros. También dedicó esfuerzos para difundir los nuevos hallazgos científicos por todo el país. Se ha destacado su conferencia de 1920 desde el paraninfo de la Universidad de Valencia que finalizó con la retransmisión de un concierto desde el palacio de la Exposición” (Fernández Sande, 2005: 38).